«La alegría es contagiosa», comenta a Efe Isidro Mamani, uno de los músicos que bajo unos árboles espera esa ayuda en Santa Cruz, la mayor ciudad boliviana.

Este hombre de mediana edad reconoce que «por más tristes que estemos, nuestra obligación es transmitir alegría» con su música.

La cuarentena por el coronavirus, que se prolonga desde hace dos meses en el país, acabó con la fiesta de la que ellos viven, porque no hay ni actos sociales ni culturales que demanden sus notas, lamenta este músico, que preside una asociación de bandas denominada 22 de Noviembre, con seiscientos asociados.

«Nos hemos visto en la necesidad de salir para de pedir ayuda», relata sobre el recurso de algunos de ellos a tocar en la calle a cambio de «una moneda, un billete, todo es bienvenido».

Mamani reprocha a las instituciones que poco o nada colaboran, los víveres que les llegan son escasos y solo queda su música a cambio de un apoyo para una olla común bajo los árboles en una avenida en Santa Cruz, una ciudad donde el calor aprieta casi todo el año.

Los instrumentistas temen que su oficio sea de los últimos que se va a recuperar cuando se levante la cuarentena, pero no por eso pierden el ritmo ni la sonrisa.

Familias completas forman parte de las bandas musicales, la olla común a veces está vacía y no pueden parar sus notas en espera de una colaboración de quienes pasan por el lugar, a pie o desde un auto que se para al verlos.

«Nos han alegrado el corazón», agradece, por la ayuda que dejan en una cajita de cartón con la que recaudar fondos comprar comida.

Santa Cruz tiene más de un millón y medio de habitantes y es la capital económica de Bolivia, a la vez que la ciudad más golpeada por la COVID-19 en el país, por lo que tiene declarado riesgo alto de la enfermedad, lo que conlleva una serie de restricciones que merman notablemente la actividad social y económica. EFE

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